El reciente huracán Otis que azotó Acapulco nos recuerda una dura realidad: los fenómenos meteorológicos extremos se están volviendo más frecuentes e intensos como consecuencia del calentamiento global.
Basta ver la imagen de las trayectorias de 58 ciclones tropicales durante las temporadas de 1966 a 2022 para notar cómo estos fenómenos se han multiplicado en los últimos años.
Y es que, aunque no lo reconozcamos abiertamente, la temperatura de los océanos está aumentando de forma alarmante. La imagen de las anomalías en las temperaturas del mar en 1982, 1997 y 2023 muestra amplias zonas de color rojo intenso, indicando un calentamiento progresivo de nuestras aguas. Esto, como es sabido, favorece la formación de huracanes ya que éstos se alimentan de las aguas cálidas.
Cada vez que un huracán impacta zonas pobladas como Acapulco, los medios hablan de “desastre natural” y el gobierno promete recursos para la reconstrucción. Pero luego todo vuelve a la “normalidad” hasta que ocurre el siguiente. No aprendemos las lecciones.
Es inaudito que una ciudad tan importante como Acapulco no contara con un plan municipal de prevención de riesgos. Tampoco se entiende que reparar los daños luego de un desastre sale mucho más caro que invertir en prevenirlo. Y ni hablar de las pérdidas humanas.
No podemos seguir así. El cambio climático es una realidad. Debemos exigir a las autoridades programas serios de prevención de riesgos ante fenómenos naturales en toda la costa. Invertir en esto hoy nos ahorrará sufrimiento y recursos mañana. Es hora de actuar por nuestra seguridad.
Dr. Antonio J. Díaz de León Corral